Dentro de las aulas, dos adicciones comenzaron a brotar entre los estudiantes: la ludopatía impulsada por los sitios online de apuestas deportivas y la cosmeticorexia, alimentada por el uso desmedido de cosméticos entre niñas y adolescentes. Estas nuevas obsesiones, más allá de sus diferencias, comparten el denominador común de un posible impacto negativo tanto para la salud mental como física de quienes caen bajo su influencia.
La ludopatía adquirió una nueva forma en los últimos años, a partir de un mundo cada vez más digitalizado. La adicción al juego ya no se reduce solo a casinos o bingos. Hoy está al alcance de la mano, en los celulares que todos los chicos usan cada día. Con su aparente inofensividad, los sitios de apuestas deportivas ganaron terreno en el público joven y hoy ya son un problema que cada vez señalan más escuelas, sin importar su ubicación. Lo que comienza como una simple diversión puede transformarse en una adicción peligrosa, con consecuencias que aún se desconocen.
Del mismo modo, mayoritariamente entre las niñas y adolescentes, surgió la cosmeticorexia, la obsesión compulsiva por la apariencia física y el uso excesivo de cosméticos. La tendencia cala hondo en las estudiantes, caen en un consumo desenfrenado de productos de belleza que no solo hacen mella en su su autoestima, sino también pueden dañar su salud dermatológica.
Ambas prácticas dejaron de ser excepciones. Son cada vez más extendidas entre los alumnos. Docentes y directivos observan día a día en las escuelas cómo ese juego inicial toma ribetes patológicos. Muchas veces detrás de los chicos hay padres que promueven o al menos permiten que sus hijos caigan en distracciones que, en principio, lucen inofensivas pero que se pueden convertir en adicciones problemáticas.
El boom de las apuestas deportivas
“Nos encontramos con muchos pibes que apuestan y apuestan fuerte. En secundaria estamos viendo que las familias les habilitan cuentas de Mercado Pago para usar en el kiosco, en el viaje y tener plata para sus gastos, pero en muchos casos los chicos usan ese dinero en páginas de apuestas. Sabemos de chicos que ganan y pierden 70 o 90 mil pesos. En ellos se está creando un estímulo temprano por apostar que es riesgoso”, describió Silvana Scarampi, directora del nivel secundario del Complejo Educativo Rubén Darío de Villa Ballester.
Lo que observa la directora no es un problema exclusivo de los alumnos de su escuela. Es un mal de época que escaló a un ritmo frenético en los últimos años a partir del bombardeo publicitario que las casas de apuestas online despliegan día a día, casi sin que nadie lo perciba como un riesgo, como si se tratara de un juego inocuo, sin perjuicios.
En ese contexto, el fútbol se convirtió en el primer canal de promoción. Los principales clubes del fútbol argentino, incluida la selección nacional, tiene como sponsor a alguno de los tantos sitios de apuestas deportivas que proliferaron desde la pandemia, con regulaciones permisivas para sus operadores. Desde entonces, las transmisiones de los partidos fueron copadas por anuncios que invitan a apostar: a predecir un ganador, a acertar un resultado, o mucho más aún atinar el número de tiros de esquina o de fuera de juego de un partido. La invitación a apostar no es solo local: el usuario tiene cualquier liga del mundo a merced. De fútbol y del deporte más exótico del planeta.
A eso se le suma un entorno digital que también está invadido por las apuestas. Los influencers de moda que siguen los chicos, tanto streamers como tiktokers, comparten en sus redes códigos para comenzar a jugar. A través de una invitación les regalan algunas fichas para que se registren y realicen la primera apuesta. Incluso muchas de las transmisiones en vivo, de los streams, hoy en día se basan en mostrar horas y horas de juego en casinos online.
“El año pasado hicimos un trabajo específico sobre el tema de la virtualidad, de los usos de redes sociales y presencia digital, pero la cuestión del juego nos estamos dando cuenta de que nos excede. Vemos que las familias no tienen herramientas para hacerse cargo de este problema. Los padres se declaran incompetentes en los entornos digitales y los chicos están solos navegando en un mundo de estímulos que no saben gestionar ni discriminar y se encuentran con este tipo de propuestas que les resultan tentadoras”, consideró Scarampi.
Para apostar no es una restricción la edad. Debería serlo, sí, pero en los hechos no lo es. Adulterar la identidad en el proceso de registro es sencillo para cualquier adolescente. Se trata simplemente de engañar al sistema con un par de datos o, en todo caso, utilizar una cuenta de un hermano mayor o incluso de alguno de sus padres.
“Es muy fácil. Se lo dan servido”, remarcó Marisa Pieroni, directora y representante legal del colegio San Ignacio de Loyola de Berazategui. “Los chicos tienen acceso a dinero por Mercado Pago que les dan los padres para el kiosco o comprar fotocopias y lo utilizan para apostar. Tienen acceso muy fácil y sucede en escuelas de toda clase social. Incluso sabemos de padres que impulsan estas prácticas en los chicos, que les dan plata para jugar y cuando ganan lo celebran”.
En esta creciente ciberludopatía adolescente hay una subestimación del riesgo. Se ve a las apuestas online como una mera cuestión recreativa que no va a conducir a una adicción. Al no precisar dinero físico, no se toma dimensión del valor de cada apuesta. “Duele menos” apostar online que en un casino real. Pareciera ser solo un juego inofensivo, pero la recurrencia, estar todos los días con ese aparente juego inofensivo puede derivar en una enfermedad peligrosa.
Cosméticos desde niñas
Leila es mamá de cuatro hijas mujeres, tres de ellas adolescentes. Una de sus hijas, Julia (14 años), que concurre al Complejo Educativo Rubén Darío, empezó a desarrollar cierta obsesión por los cosméticos, por los productos de limpieza de cutis. Se armó una rutina para cada noche antes de dormir: pasa más de 40 minutos en el baño, primero con tratamientos en el cabello y después con el famoso skincare. Su madre reconoció la manía cuando el pedido de productos de limpieza, de agua micelar, se volvió cada vez más frecuente.
“Empezamos a negárselos porque creíamos que no hacía falta que una nena de 14 años, encima con un cutis hermoso, los usara. Se enojó mucho. Hablé con ella más en profundidad y entendí que había todo un mundo en internet que incentivaba el uso de cosméticos. Ella sigue mucho a una influencer en TikTok que publica rutinas de limpieza para la cara y el cuidado de la piel. Me llamó muchísimo la atención”, comentó.
Leila consultó con una dermatóloga amiga y entendió que no era un problema exclusivo de su hija. Muchas adolescentes comparten esa obsesión: la necesidad de un cuidado excesivo del rostro, incluso las compañeras de curso de Julia estaban en la misma situación. “Hablamos mucho con ella para que entienda que está bien cuidarse la piel, que está bien ponerse un protector solar, pero que hay muchas otras cosas más valiosas que tener un cutis perfecto”, agregó.
La obsesión por el cuidado de la imagen y el uso excesivo de productos cosméticos tiene un nombre: la cosmeticorexia. En el último tiempo esa tendencia explotó entre niñas y adolescentes. La principal razón está en las redes sociales, en la infinidad de reels de Instagram y videos de TikTok, aplicaciones que leen a la perfección el interés de los chicos y los bombardean con contenido sobre la temática. Lo aspiracional crea necesidad: las chicas desean tener el cutis perfecto o el cabello reluciente de su influencer favorita.
La preocupación por la imagen no es una novedad, pero a ello se le agrega una necesidad cada vez más temprana de acceder a entornos donde se hace culto de la belleza. La primera infancia también se ve involucrada en esta tendencia, llegando a absurdos como cumpleaños en un spa para niñas de 4 o 5 años, con tratamientos de cremas, que si bien son recreativos comienzan a sembrar una preocupación excesiva por lo estético.
El segundo paso natural es el acceso desmedido a un amplio abanico de productos cosméticos, todos muy costosos. Productos para el cuidado de la piel, rutinas de skincare, uñas postizas, maquillaje, tratamientos de cabello e incluso inyecciones de ácido hialurónico y colágeno, llegando a cirugías estéticas. Nada de eso es recomendable para la salud de niñas y adolescentes, cuyos cuerpos y pieles son más sensibles a todo tipo de intervenciones.
Muchas chicas usan productos que están prescritos para adultos, lo que puede derivar en irritaciones, alergias, manchas e incluso quemaduras sobre el área aplicada. Los dermatólogos advierten que los daños más profundos pueden dejar secuelas irreversibles.
“Los cosméticos vienen muy ligados a lo que sigue siendo la exacerbación de la imagen. Más allá de que se trabaja en la búsqueda de ampliar la mirada sobre los cánones de belleza, sigue con mucho peso la apariencia. Tanto chicas como chicos le dedican demasiado tiempo a la imagen”, explicó Scarampi, directora de la misma escuela.
En los primeros años de secundaria, por ejemplo, hay chicas que van a la escuela con arqueador de pestañas para usarlo antes de salir al recreo. Las uñas postizas también se volvieron cada vez más recurrentes. Se ve un nuevo muestrario de opciones que son costosísimas, pero que todas acceden a ellas con el visto bueno de sus padres. En los varones el cuidado radica especialmente en el pelo. La obsesión por los cortes, por tinturas de distintos colores que antes no se veían en el colegio con tanta intensidad, según la directora.
La comparación constante con rostros irreales que ven en las redes sociales genera angustia en los adolescentes. Imperfecciones que debieran ser normales a esa edad, como el acné, se vuelven traumáticas. No se reconocen, eligen taparse la cara u optar por rutinas de belleza que, además de ser caras, pueden dañar su salud. En el medio surge la pregunta: ¿debería ser la imagen el valor primordial a perseguir? ¿No debería haber otros valores que permitan a los chicos disfrutar su infancia y adolescencia por fuera de la estética?
Los padres, las redes sociales y las tentaciones
Martichu Seitun es psicóloga. Se especializa en crianza y en orientación a padres. Ella cree que tanto la cosmeticorexia como la incipiente ludopatía infanto-juvenil surgen por el entorno, una sociedad de consumo que se ve potenciada por las redes sociales. En el medio, los padres no saben cómo responder y terminan, en ocasiones, oficiando de impulsores de prácticas que pueden dañar física y psicológicamente a los chicos.
-¿Por qué cree que en el último tiempo surgieron en el aula dos problemáticas como la cosmeticorexia y la ludopatía? ¿Todo se explica por las redes sociales?
-Las redes sociales son sólo una de las herramientas que usa la sociedad de consumo para convertir deseos en necesidades o para inventar necesidades. Se aprovechan de la inseguridad de los adolescentes y de su necesidad de pertenecer y ser iguales a sus pares, y ¡perfectos! para que gasten en cosméticos mucho antes de realmente necesitarlos.
-¿Lo mismo sucede con la compulsión por apostar?
-El tema de la ludopatía también se relaciona con esa misma sociedad que en aras del mayor consumo incita al todo ya, al no esfuerzo, a la no frustración. Jugar con la falsa promesa de ganar instantáneamente resulta muy tentador. Los adolescentes no tienen la fortaleza interna para resistirse ni pueden mirar el contexto y darse cuenta de que es una ilusión y no una realidad. Las redes sociales y las consolas de juegos los incitan y estimulan desde muy chiquitos por mil caminos como comprar herramientas o implementos para el juego para poder ganarle a sus compañeros.
-En muchos casos, los padres no solo permiten sino que promueven prácticas que conducen al uso desmedido de cosméticos y de sitios de apuestas. ¿Por qué piensa que adoptan ese rol?
-Creo que los padres se dejan seducir por esa sociedad de consumo y se identifican con sus hijos. Les dan aquello que les habría gustado tener a ellos a esa edad, sin darse cuenta de que no fortalecen la verdadera autoestima y valoración interna, sino aquella basada en valores externos. No se cuestionan y se dejan llevar al igual que sus hijos.
-¿Aún no tomaron dimensión del problema?
-En el tema de las apuestas creo que recién ahora se están dando cuenta de que la ludopatía creció a sus espaldas. Por lo menos eso es lo que yo vi en la mayoría de los casos. Los chicos tienen el juego disponible, que hasta hace muy poco tiempo solo era posible yendo a un casino o un bingo, y siendo mayor de 18 años. Solo en algunos pocos casos lo hacen por identificación con adultos que también juegan. No olvidemos tampoco que el juego a veces es una búsqueda de solución mágica (equivocada y trágica) para dificultades financieras, que hoy son muy comunes.
-Muchas veces, las chicas y los chicos se suman a una tendencia para pertenecer a un grupo de amigos que ya tiene esa práctica. ¿Cómo deberían reaccionar los padres?
-Con los cosméticos habría que acompañar de la mano de un dermatólogo serio, que no sea cómplice de esa necesidad de vender. Pero en las dos situaciones es muy importante hablar con los chicos, sin asustarse, sin amenazar, sin acusar ni criticar, ayudándolos a pensar con nuestras preguntas. También debemos saber decir que no y tolerar el enojo de nuestros hijos. Que una práctica sea normal o habitual no significa que sea sana.
-¿Cómo debería responder la escuela ante estas problemáticas que, en ocasiones, tienen a los propios padres como impulsores o al menos como agentes permisivos?
-Las escuelas hoy tienen que hacer “escuela de padres” para armar equipo y poder cuidar a los chicos entre todos. Es ardua la tarea de no dejarse llevar por esas piedritas de colores tan atractivas en las que gastan fortunas las empresas para que padres e hijos consuman. Y queda claro que por el momento nos vienen ganando. Apenas se derrumba alguna de esas “ilusiones” surgen nuevas como la ludopatía o la cosmeticorexia.
Comments